Bienvenidos..

Sí,bienvenidos, a este pequeño mundo, donde hay escondidos momentos, palabras, sueños, ilusiones...

Donde hay viejos recuerdos... Y nuevas esperanzas..

donde sin querer las palabras brotan de mi mente, y mis manos, no pueden evitar escribirlas...

Cuando, en esas frias noches de invierno, acurrucada en tu cama, no consiges dormir, te sientes sola, y lo único que te acompaña, son esas historias guardadas en tu mente.

Bienvenidos a todo esto.. aqui escribire esas historias que surgen de noche, cuando el viento al golpear mi ventana, no me deja dormir.

Espero que os guste.







jueves, 17 de febrero de 2011

Suspiro de viento, en medio de la tormenta...


Es tarde y empieza a anochecer. Primer día en Venecia, después de que el tren de las nueve y media nos dejara en la estación, cogimos el vaporetto de las diez, y aquí estamos, en la plaza de san marco... con dos mochilas, caminando, viendo como vuelan las palomas, sin rumbo fijo, va desapareciendo, se meten por las ventanas de la catedral y lentamente solo quedamos Marlena y yo.
Solía escuchar que esto estaba siempre repleto de gente, pero ciertamente no hay ni un solo paso, ni un solo suspiro, ni una sola persona con quien cruzar una mirada.
Continuamos caminando, en las escaleras de la catedral, un viejo anciano, con apariencia muy débil y fría, nos observaba. Yo me había fijado en el ya que era la única persona que había por allí.
Marlena parecía no haberlo visto. Ella estaba extraña, sentía que me ignoraba... No habíamos hablado en todo este rato, supuse, que seguiría enfadada conmigo por no haberle hecho caso en no tomar los somníferos durante el viaje en tren. Ella aseguraba que no eran buenos, y claro ella era la medico, la que sabia de ese tema y me discutía todo respecto a ese tema.. como muchas veces, yo, me los tome porque me costaba dormir con el traqueteo del tren.
Marlena era muy orgullosa, y cuando no le hacia caso se enfadaba mucho, aunque conociéndola se le pasaría en un par de días.
Yo por si acaso, no le hable, porque, conociendo sus cambios de humor, me podría tratar muy mal. Asi que esta vez, la deje con su enfado, ya al día siguiente en el desayuno, si no se le había pasado, hablaría con ella.
Yo cansada de caminar sin rumbo, y aburrida de no haber cruzado una mínima palabra con nadie desde que habíamos llegado, me diriji al anciano, para preguntarle donde estaba toda la gente.
El anciano, sorprendido me miro de arriba abajo, y contesto suavemente, “ esta noche habrá tormenta.”
Marlena ni siquiera me espero mientras yo hablaba con el anciano, ella seguía caminando rumbo al hotel, ya que no había nada que hacer por allí fuera, yo la seguí desde lejos.
Cuando al fin llegue al hotel, entre en la habitación que habíamos alquilado para estos días, una habitación amplia, decorada con muebles antiguos, dos camas con dosel, sabanas blancas con un fresco aroma a lavanda, cuadros antiguos el las paredes, un alfeizar bajo la ventana, y un pequeño secreter junto a la puerta.
Marlena, ya estaba dormida, había sido un día largo y estaba cansada. Necesitaba descansar, y seguramente mañana seria un mejor día para las dos.
Yo me puse mi camisón de lino blanco, y me acosté en la cama. Cuando un suave “Plop,Plop” empezó a golpear la ventana. Gotas de lluvia iban cayendo por el cristal, la luz de la luna llena alumbraba la habitación y no me dejaba dormir, aunque Marlena parecía ni inmutarse.
Yo me levante de la cama, y me senté en el alfeizar a observar como la lluvia empañaba el cristal. Cuando ya no podía ver nada atraes de la ventana ya que estaba totalmente empañada, seque el vapor que había, la lluvia cada vez era mas intensa. Cuando derrepente, divise una mirada al otro lado de la ventana. Una mirada profunda, de ojos verdes, una mirada penetrante, diferente, pero a la vez me resultaba muy familiar. Un instinto me llevó a salir corriendo, atravesé la recepción del hotel descalza y en camisón, sin importarme nada. Y cuando salí a la calle, allí estaba él. Sentado en la orilla de el “Gran Canal” Mi cuerpo cubierto únicamente por ese fino camisón se iba empapando gota a gota. Él se giro derrepente... Yo me sobresalte, no podía ser real, tenia que ser un sueño.
Se acerco a mi y exclamo dulcemente: -llevaba tanto tiempo esperando este momento... Creía que nunca llegaría el día.
-David? Pregunte con un hilo de voz,-no habías muerto aquella lluviosa tarde de abril?
El se acerco a mi por detrás me colocó su cazadora sobre mis hombros, y simplemente dijo:
-estarás cansada, volvamos a casa, y ahora si, estemos juntos para siempre.
Me acaricio la cara dulcemente, y me besó. Un beso fresco, libre, diferente a cualquier otro, leve, como un suspiro de viento en medio de la tormenta.
Fue entonces, cuando me di cuenta que yo también había muerto.

jueves, 3 de febrero de 2011

Margaret.

Habían pasado ya muchos años desde que emprendiera el memorable viaje. Y era un recuerdo lejano hasta para los hermanos Montallat, quienes con frecuencia, me recordaban aquellas cosas que mi enfermedad me impedía recordar; pero era evidente que todavía conservaba mucho de esa tristeza que había traído de vuelta.
Nunca había revelado a nadie, Ni siquiera a Ulises, mi joven hijo, lo que verdaderamente pasó en ese entonces.


Los pocos recuerdos que quedaban en mi mente, se iban esfumando lentamente. Llevaba años ocurriéndome esto, pero cada vez, la enfermedad avanzaba más deprisa. Esos pocos recuerdos que aun conservaba, eran los más trágicos, los más dolorosos para mí…
Los hermanos Montallat, comprendían el daño que me hacia recordar todo aquello, e insistían en que lo olvidase, pero yo no podía rendirme a olvidar lo poco que me quedaba de mi bella esposa, Margaret… La causa de mi tristeza, venia de ahí, de su trágica muerte en la Isla Rotaldy.


Si no recuerdo mal, dieciocho años atrás.             
Éramos una joven pareja. Ilusionados por todo lo que ocurría.
Acabábamos de casarnos, y teníamos toda una vida junta por delante.
 Cuando ella cumplió el séptimo mes de embarazo, empezó a sentirse deprimida… Yo no entendía porque...Los médicos afirmaban, que seria por el embarazo, que las hormonas se alteran, y sufre cambios de humor… Pero yo, no estaba muy convencido.


Ya que no habíamos tenido luna de miel aun, decidí que seria una buena forma de animarla, irnos de crucero a una pequeña isla en el océano atlántico.


Entré a la habitación donde estaba ella, como tantas veces, llorando desconsoladamente, sin ninguna explicación.
Me senté en la cama a su lado, y mientras le daba un abrazo, le dije, que nos íbamos de viaje. El taxi nos esperaba en la puerta.
Ella no dijo nada solo sonrió.
Seque las lágrimas que habían empapado su cara. Le di la mano, y juntos nos metimos en el taxi.


Una vez en el puerto, empezamos a buscar el crucero en el que viajaríamos durante tres días, y tres noches.
No fue difícil encontrarlo, era un barco grande, y llevaba escrito con grandes letras: “SEPTENTRION”
La tripulación nos saludo con entusiasmo, nos dieron una agradable bienvenida y nos ofrecieron unos sabrosos zumos tropicales. Después, nos  guiaron a nuestro camarote.


Margaret era tímida, y había estado callada todo este rato. Una vez en el camarote, solo me miro fijamente con sus bellos ojos, mas azules que el cielo de mediodía, y pronuncio con su dulce voz, una palabra que no se porque, pero en ese momento me hizo sentir un fuerte pinchazo en el corazón. Gracias.
Yo no dije nada, solo sonreí y la bese.


Poco a poco,  fueron pasando los días en el crucero. A ella se le veía mucho mejor. Su cara estaba reluciente, brillante, estaba como nunca antes la había visto, como si algo le hubiera devuelto toda esa energía que hacia tiempo que no dejaba salir.
Cuando al fin, llegamos a la dichosa isla. Aparentemente tranquila y pacifica, esa isla escondía un secreto.


Estuvimos todo el día en la playa. El resplandeciente sol, iluminaba su cuerpo.


Todo parecía ir bien. Parecían las vacaciones ideales, pero no fue así. Estaba oscureciendo, y Margaret se empezaba a encontrar mal. Sentía mareos, y le dolía mucho la cabeza. Tal vez, solo fuera una insolación, pero como estaba embarazada, podría empeorar. Entonces la lleve hasta el camarote. Y fui a buscar por el barco, a algún medico, para que nos digiera que es lo que le sucedía.
Busqué durante bastante rato, pero todo el mundo estaba cenando, y  dijeron que la atenderían después de cenar.
Entonces, regrese al camarote… y Margaret no estaba. En su lugar sobre la cama había una nota que ponía:


 “si quieres volver a ver a Margaret con vida, tendrás que buscar tres preciosas piedras que encontraras en el lugar que menos te lo esperes y  depositarlas en la orilla del mar en tres días”.


Pase los tres días buscando las piedras desesperadamente, cuando llego el tercero y las piedras no habían aparecido a las doce de la noche, me dirigí a la orilla a suplicarle al mar que me devolviera a mi esposa. Las saladas lagrimas recorrían mi cara y caían una a una en el mar.
Abrí mi cartera para ver su foto por ultima vez, antes de darme por vencido; cuando sorpresa, allí estaban las tres piedras. Tenían un resplandor turquesa, difícil de no ver.
Las saque cuidadosamente y las deposite en la orilla.
El resplandor empezó a hacerse cada vez mas intenso y empezó a crecer una luz, que lentamente formó su figura.
Había mucho silencio, y escuchaba el latido de su corazón.
Entonces apareció Margaret, con nuestro bebe en brazos, se acerco a mi, y me entrego al niño delicadamente mientras una apagada y suave voz salía de su boca, y me decía: “Sálvalo a el, que a mi ya no es posible”
Entonces, el silencio se volvió mas grande, por un instante deje de escuchar cualquier sonido, su corazón paró y dejo de latir, justo en ese instante, justo en el instante en el que su corazón se silenció, es cuando empezó a latir el corazón del pequeño que tenia entre mis brazos… Cuando su corazón dio el último latido, el corazón del pequeño Ulises comenzó a latir, rítmicamente con mi corazón herido a causa de la ausencia de los latidos del corazón de Margaret.
Sentí un fuerte golpe en la cabeza y me desplomé en el suelo.
A la mañana siguiente, desperté tumbado en la orilla del mar con el bebe en brazos. Sentía que mi memoria estaba debilitada, ya que no recordaba muchas cosas de mi vida.
 Estaba rodeado de tres hombres. Hasta entonces desconocidos para mí… Se presentaron como los hermanos Montallat… querían charlar conmigo, pues me tenían que decir algo importante, fuimos a un sitio más apartado, y nos sentamos.
Entonces, dijeron que mi mujer había muerto, la habían encontrado esta mañana tumbada en la cama de su camarote. Ellos eran médicos, y habían logrado salvar al bebe. Me dijeron que mi mujer sufría una enfermedad por el embarazo incurable. Nadie había sobrevivido ha eso.
Yo estaba desconcertado, y les conté lo que había pasado la noche anterior. Ellos afirmaron que me habría dado un golpe en la cabeza con algo, y que todo era un sueño. Dijeron que esta mañana cuando consiguieron salvar al bebe lo pusieron en mis brazos, pues el bebe no podía estar solo.
Yo estaba convencido de que no era así. Sabía que no había sido un sueño. Y algo raro estaba pasando.
Les pedí que me llevaran a ver a mi mujer.
Fuimos al barco, y en el camarote estaba ella. A su lado, encontré una carta que ponía:
“Cuando leas esto, será demasiado tarde, solo quería decirte gracias por todo lo que has hecho por mi…
Por ser así como tú eres, y por no rendirte nunca.
Se que sin ti, todo hubiera sido mucho mas difícil, que no hubiera logrado sobrevivir tanto tiempo…
Supongo que no sabrás de lo que te estoy hablando…
El embarazo se complico y los médicos me dieron cuatro meses de vida, yo era fuerte, y no me pensaba rendir, pero cuando empecé a notar que no tenia fuerzas, caí en una depresión… sentía que no podría ver a mi hijo crecer, y que no podría envejecer a tu lado como tantas veces habíamos soñado… por eso, no quise decirte nada… intentaba que no me vieras llorando, pero muchas veces, la tristeza que sentía era tan fuerte que no podía evitar estar mal aun estando al lado tuyo. Llego un momento en que no lograba vencer la tristeza, y la uncía manera de saciarla, era encerrarme en mi misma, y llorar en silencio…. Cuando me dijiste que nos íbamos de viaje, sentí que era una oportunidad para vivir los últimos momentos que me quedaban de vida a tu lado, para poder disfrutar de lo poco que me quedaba, por eso, guarde todo el dolor, y el sufrimiento, y me llene de las pocas energías que me quedaban para disfrutarlo todo al máximo… pero, la enfermedad se apoderó de mi, y ya ha llegado mi hora. Ahora tú debes seguir adelante con nuestros sueños… Te amo. Y siempre estaré a tu lado, aunque tu no puedas verme...”
Ella yacía sobre la cama. Sus bellos ojos, estaban cerrados. Los brazos estaban colocados uno a cada lado de su cuerpo. Estaba totalmente estirada. Me acerque a ella, para besarla por última vez.
Cuando mis labios rozaron su fría piel, me venían a la cabeza momentos maravillosos que había vivido a su lado. Apoye mi cabeza sobre su pecho, y por mas que lo intentara no lograba oír sus latidos. Sentía una fuerte presión en mi corazón.  Sentía tanta tristeza, difícil de describir con palabras, que sin decir nada empezaron a brotar lágrimas de mis ojos. Las lagrimas caían y yo ya no era dueño de lo que hacia, ella era la dueña de mis actos, el amor que sentía por ella me llevó a gritar tan fuerte que mi voz se perdió en el horizonte. La cogí en brazos la abrace, y le dije que despertara que por favor despertara. Sentía mi corazón vacío. No tenia fuerzas para seguir viviendo.
Cuando entonces, escuche el llanto de mi hijo. Yo tenía que ser fuerte. Tenia que cuidarle al igual que lo hubiera echo ella. Tenia que defender su vida hasta la muerte, pues él era lo único que me quedaba de ella. Él era la única parte viva que quedaba de Margaret. Cogí a Ulises y con él en brazos, le jure a Margaret, que iba a gastar toda la fuerza que me quedaba en que nuestro hijo saliera adelante.


Los hermanos Montallat me consolaron, y me ofrecieron llevarme a la ciudad con ellos, en un barquito que ellos tenían por ahí cerca. Yo acepte. No quería pasar más tiempo en esa isla.
Durante el viaje tuvimos largas conversaciones, y nos hicimos muy amigos.  Al llegar a la ciudad, ellos se trasladaron a vivir conmigo, para ayudarme a cuidar de Ulises.
Con el paso del tiempo yo iba perdiendo memoria.
El golpe en la cabeza que me di esa noche, me causo alzhéimer, desde ese entonces, los hermanos Montallat se convirtieron el los guardianes de mis recuerdos.
Pasaron los años, y Ulises fue creciendo. Todo marchaba bien. El nunca supo lo que había pasado.


Pero, hoy era un día triste para mi, justo hoy, era el aniversario de su muerte.
Todos los años, en esta fecha, yo volvía a recordar todo aquello, y aunque los hermanos Montallat, me hubieran convencido durante todo este tiempo, de que todo lo que ocurrió esa noche fue un sueño, provocado por un golpe en la cabeza, yo sabia que no. Entré en mi cuarto, me senté en la cama, y cogí de la mesilla su fotografía, la contemplé, y como cada vez que lo hacia, las lagrimas empapaban mi cara.
Al contemplar sus ojos, su cara con esas facciones tan especiales, su brillante y largo cabello, su divino cuerpo... todavía, después de tantos años, no lograba hacerme a la idea, de que ella ya no estaba, de que ella,  era parte de mi pasado, de que lo único que me quedaba era su recuerdo, su bello, dulce, y a la vez trágico recuerdo…
No pude soportar la presión que hacia mi corazón, en un instante, derepente, perdí toda mi fuerza no podía soportar ni mi propio cuerpo, caí sobre la cama que estaba sentado, y el marco calló al suelo.
Unos segundos después, recuperé el sentido. Me levante y en el suelo vi el marco con su foto, el cristal se había roto en mil pedazos, sentía que esos trozos de cristal, eran los trozos de mi corazón herido, que aunque pasaban los años nunca se recuperaba del todo. Un impulso me llevo a recoger todos los pedazos de cristal uno a uno, mis manos se llenaban de heridas en pocos minutos en el suelo se formo un charco de sangre que caía por mis brazos, por mis manos, y llegaba hasta el extremo de mis dedos, y gota a gota caía al suelo., los trozos de cristal se me clavaban como astillas en el corazón, pero aun así, aun sintiendo el dolor no podía parar, sentía que tenia que unir todos los pedazos, seria como volver a unir los pedazos de mi corazón.
La sangre había incluso empapado su foto… Sentía  rabia, tristeza, y miles de sensaciones más al mismo tiempo… Cogí todos los trozos de cristal en mis manos heridas, y con fuerza cerré los puños, el dolor era mucho menor a todo lo que había sufrido todos estos años sin ella… Ya no podía seguir fingiendo que lo había superado, no podía fingir, que podía seguir viviendo sin ella como si nada hubiera pasado... Y cuanto más la recordaba, mas apretaba los puños… cuanto mas sufría de dolor, sentía que cada vez estaba mas cerca de ella… No lo podía evitar, me di cuenta que ese dolor me acercaba a ella. Empecé ha escuchar su voz, me suplicaba que parase... que todo el daño que me estaba haciendo, también lo estaba sufriendo ella. Me pedía que recordara la promesa que le hice de ser fuerte, y de luchar por nuestro hijo…
Él ya era un adulto, y podía sobrevivir solo, pero yo no podía seguir viviendo sin ella. No, ya no, era demasiado tarde para volver a atrás, lo hecho estaba hecho. Poco a poco el dolor fue cesando.  Ella apareció, sentada a mi lado. Todo parecía bello de nuevo, sentía que todo había pasado, que ya nada me impediría estar cerca de ella… mi corazón ya no latía, pero no me importaba, si el suyo no latía  conmigo…
Ella a mi lado, observaba todo lo que había hecho, cogió mis manos fuertemente, y las lágrimas recorrían su cara.
Mi felicidad por estar a su lado, se mezclaba con una extraña tristeza que sentía por verla llorar…
Al fin, mi memoria volvió. Pude recordar absolutamente todo. La enfermedad se había ido.
Yo me sentía afortunado, que mas podía pedir, estaba junto a la mujer que yo mas amaba, y además mi enfermedad ya no estaba en mí.
Sentí como abandone mi cuerpo. Mi alma salía de mi pecho liberando todo lo que había sentido a lo largo de mi vida.
Sentí como una ola gigante, como si un gran tsunami hubiera invadido mi cuerpo dejándolo liberado para siempre.
Ella continuaba cogida de mis manos.
Juntos nos pusimos en pie.
Y nuestras almas desaparecieron para siempre.


………


Justo entonces, Ulises entro en la habitación. Al ver a  su padre tendido en el suelo, los trozos de cristal y ese gran charco de sangre bajo su cuerpo, se estremeció…
Se arrodillo al costado de su padre, con cuidado de no clavarse ningún cristal… aun sabiendo que no había ninguna posibilidad de que estuviera vivo, le comprobó el pulso… al tocarle, sintió un leve escalofrío. Ulises, era un hombre duro, y no le gustaba expresar sus sentimientos, y aun teniendo un fuerte dolor en el pecho, por ver a su padre así, ni una sola lágrima se desprendió de sus oscuros ojos.
 Echo una ojeada a su alrededor… dentro de el cajón de la mesilla, vio un sobre, en el estaba la carta que había escrito Margaret antes de morir para su marido.
Ulises la leyó.
 El nunca había sabido lo que verdaderamente le había pasado a su madre… Al leer la carta, y enterarse de todo, dejo caer su mascara de chico fuerte y duro que nunca llora, y por primera vez en mucho tiempo, las lagrimas contenidas, formaron senderos en sus mejillas, y empezaron a caer lentamente sobre el antiguo papel que tenia entre las manos. Pensó que él era el culpable de todo, que si el no hubiera nacido, su madre estaría bien. Pensó que si el no existiera, su padre nunca hubiera llegado hasta ese terrible punto.
Sentía rabia, e impotencia, por no haber podido hacer nada. Sentía que no merecía la pena seguir, ya que por su culpa, su madre y su padre no pudieron vivir esa vida juntos que tanto deseaban…
Entonces, entraron los hermanos Montallat a la habitación, y como si le hubieran leído el pensamiento, le dijeron que el no tenia la culpa de nada, y que tenia que continuar con su vida, que lo hiciera por todos esos años que aguanto su padre el dolor para poder cuidarlo. Que lo hiciera también por su madre, que lo que mas desearía en el mundo, seria verlo feliz y que el pudiera tener esa vida, que ella no pudo tener.
Después de esas palabras, los hermanos Montallat, se arrodillaron  y abrieron la mano izquierda del difunto. Parecían saber perfectamente lo que estaban buscando. En la mano, aparecieron las tres preciosas piedras turquesas, con ese brillante resplandor único. Cada uno de los tres hermanos cogió una piedra, se pusieron en pie, y tras un fuerte resplandor turquesa, desaparecieron.